Manual de carro de combate.

El carro de combate M1 Abrams está considerado como uno de los dos tanques más mortíferos que haya creado el hombre para matar a otros hombres. Una de sus principales características es su blindaje "sandwich" (los belicistas también tienen humor), que le hace prácticamente impenetrable ante el ataque de cualquier misil anti-tanque, incluso los conocidos como HEAT y KE, de sobrada y demostrada eficacia. Si no te han disparado uno, no sabes lo que jode. La aleación que se utiliza para crear este blindaje es ultrasecreta. De hecho, sólo conocen la fórmula Reino Unido, Estados Unidos y Alemania. Casi igualico que la Coca-cola.

El Abrams cuenta con una torre de prisma, que como bien tú sabes, es de gran utilidad para esquivar cualquier ataque. Se podría decir que es indestructible si el enemigo no viene del aire. Las balas de las ametralladoras le hacen cosquillas. Entre los expertos en este tipo de artilugios, el Abrams es conocido como "duro de matar" (jeje).

Aún así, y es lo que mola, las excelencias de esta máquina de guerra no vienen dadas por su capacidad de defensa, sino por su devastadora potencia de destrucción. Agárrate, colega.

Su arma principal es un cañón de 120 mm, modelo Rheinmetall, de fabricación germana. La ductilidad de este aparato le permite disparar un amplio abanico de proyectiles que proceden de su madre y su padre, por lo que se convierte en la estrella del pingüe negocio de las armas. Pero en época de guerra, cualquier agujero es trinchera, y la precaución es buena consejera; por lo que a este cipote mortal, le acompañan una ametralladora .50M2 y un buen par de 7.62M240, que según mi documentación, son la hostia en vinagre.

La primera versión del cacharrito dejó de utilizarse allá por 1.995. Desde 1.999, no se ve el modelo antiguo en ningún ejército de vanguardia, pero se vende que te cagas en el mercado de ocasión. El M1A2 es la estrella de cualquier guerra molona.

Estos artilugios tan divertidos no se manejan solos.






El 8 de abril de 2.003, tres subnormales se encontraban al mando de un M1A2 Abrams, apostados en el puente Jamurohara, uno de tantos que unen las dos orillas del Tigris en la antes hermosa Bagdad. Los tarados mentales eran el sargento Gibson, el capitán Wolford y el coronel Decamp, pertenecientes a la Compañía A del 64º Regimiento de la 3ª División de Infantería Acorazada del Ejército de los Estados Unidos de América. Todo esto lo dicen sus placas de identificación. Tenían como misión liberar la ciudad.

Aquella mañana en la que el mundo veía a las aguerridas tropas iraquíes despojarse de sus uniformes y sus armas, para cruzar a nado alguno de los ríos que atraviesan la ciudad, estos tres idiotas de carné decían recibir intenso fuego enemigo. Por eso, no se movieron en más de una hora de su posición. Tiempo durante el que tampoco realizaron disparos que repeliesen tal ataque. A un kilómetro y medio, divisaron a un hombre con unos prismáticos en la terraza del Hotel Palestina, sede de los medios de comunicación que cubrían el conflicto. Hacía pocos días que, por razones de seguridad, los periodistas que se alojaban en el Raschid, un hotel de mejores prestaciones que el maldito Palestina, lo habían abandonado por su proximidad a posibles objetivos militares del ejército americano.

Aquella mañana gris, en la que el mundo veía entrar a las tropas americanas desfilando por Bagdad en un paseo castrense, el ejército más potente del planeta, y quizás del universo, bombardeaba la sede de la cadena de TV Al Jazeera y mataba al periodista Tareq Ayoub. Aseguran que confundieron una cámara que grababa desde el tejado, con un francotirador. Lo mismo que los tres gilipollas del Abrams adujeron en su defensa después de asesinar a nuestros compañeros José Couso y Taras Protsyuk, de un certero disparo.





Casi es anecdótico explicar que los mató un proyectil perforante de alto contenido explosivo. Posee una ojiva de material blando que antes de llegar a su objetivo, activa un detonador que hace estallar su carga mortífera aumentando su poder devastador.

José nos mantuvo unas horas en vilo. Creíamos que había esperanza. A Taras lo reventaron. Los periodistas que pululaban por los pasillos del hotel sufrieron heridas leves y perforaciones de tímpano. A José le destrozaron el cuello y una pierna. A Taras lo reventaron. Literalmente. Tres cabezas huecas que tras un largo intervalo de tiempo, más que de sobra como para asegurarse de la naturaleza de su objetivo, dispararon a quemarropa y a sangre fría contra civiles desarmados. Cuando se cumplen cinco años de aquel crimen, la Audiencia Nacional se retracta y decide no actuar contra estos tres imbéciles irredimibles, salvaguardando la impunidad de la que goza el ejército norteamericano para perpetuar la barabarie.

Estas cosas son las que no cuentan los manuales.