Cañí revival


                Fotografía de César Lucas tomada el 22 de junio de 1976


Mi padre nunca ha sido de meterse mucho en política a pesar de soler meterse en discusiones y en movidas. Y eso que es de meterse en charleta con sus vinos, sus cervezas y sus copas; con lo que eso calienta la lengua para soflamar arengas. Y también muy de meterse en faena porque no sabe estar quieto; pero lo de meterse en política, solo a modo de calentamiento para dejar aflorar conversaciones menos triviales y evitar hablar del tiempo. Como las palmas que rompen el silencio antes de que los gitanos se arranquen a quebrarse la voz. Y es que es mi padre hombre de brío y a las primeras de cambio ya propone una revolución violenta a sangre y fuego, y ahí se acaba todo.

Y no es de extrañar en personas de su misma generación y origen social, que antes de ser adultos y clase media en democracia, fueron niños pobres en la posguerra. Cuarenta años de represión dejan impotencia y ansias de revolución suficientes como para llenar un pantano de esos que al dictador tanto gustaba inaugurar.

El oficio periodístico llevó a mi padre a Cuba en un par de ocasiones, donde se chutaba sobredosis de espíritu revolucionario, máxime cuando era Fidel Castro en persona quien se lo inyectaba en vena durante la grabación de entrevistas eternas como sus discursos. Cuenta mi querido viejo (entre copas de las que le gusta meterse) que el comandante se escondía en el transcurso del relato debajo de la mesa y la transformaba imaginariamente en parapeto, chamizo o trinchera; rememorando los días de Sierra Maestra. Al regreso del primero de aquellos viajes, en tiempos en los que no nos tocaban tanto los cojones con el exceso de equipaje, la maleta  venía a reventar con una edición especial de La historia me absolverá, las obras completas de José Martí, biografías de héroes de la Revolución como Camilo Cienfuegos, con los Diarios de motocicleta, los Pasajes de la guerra revolucionaria o La guerra de guerrillas del Che; o El capital y otros libros adquiridos después de un asesoramiento más que exhaustivo. Recuerdo que pasó algún tiempo ensimismado en su lectura (afortunadamente, no pudo con todo), hechizado por el romanticismo comunista sediento de justicia social que brotaba de aquellas páginas.

Carlos Giménez

En otra ocasión, trabajando en aquella joya de nuestra televisión llamada Vivir cada día, tuvo la suerte de conocer a uno de los genios (y auténtico pionero) del cómic español: Carlos Giménez. Cronista de más de sesenta años de la Historia de las dos Españas, desde la cruel posguerra hasta este cínico presente; y dotado de una precisión de relojero para recrear la cruda realidad que tantos hijos de la patria sufrieron a manos de los que la enarbolaron como fin para oscuros medios. Los trazos de humor nostálgico y balsámico aliviaban el trago. Así era el entrañable y desgarrador relato de lo que ocurrió en los hogares de Auxilio Social en Paracuellos, o el estremecedor y a veces desternillante Barrio. Ambas obras poseen un marcado matiz autobiográfico y se puede afirmar que su valor y su rigor  históricos están a la altura de otros trabajos que gozan de mucho mayor reconocimiento, puesto que Giménez dibuja cuadros cotidianos absolutamente reconocibles gracias a su escrupuloso realismo. Decía el calendario que era el año 86 (yo tenía once) cuando mi padre encontró en esas viñetas del dibujante madrileño la entrada al túnel del tiempo que lo transportó a su infancia y a esos tragicómicos episodios referidos a aquellos días que a mí me siempre me había gustado escuchar de su boca. Para mí supuso la oportunidad de ilustrar en mi mente toda esa época que imaginaba en un blanco y negro fotográfico. Así que me uní paralelamente a él en la inmersión en aquellas páginas.


Portada de Barrio (1977)


Una de las portadas de la serie Paracuellos


Y me volví rojo. Así como suena. Muy rojo. Más que ahora, que quizás ni lo sea. Ahora creo que fue una reacción lógica ante las injusticias leídas y corroboradas por mis padres. Estragos de una guerra civil, el fracaso de un país, el odio de los vencedores y la resignación y la impotencia de los vencidos. Me hice rojo a pesar de que, por capricho materno, mi hermana y yo nos estuviésemos educando en un colegio católico de tradiciones tardofranquistas. Mi padre no se oponía a ello, supongo que por dos razones: la principal, por no llevarle la contraria a mi madre (él tampoco nunca ha sido de meterse en "esa movida"); y la secundaria, porque confiaba en que sus hijos elegirían la forma opuesta de pensar por pura y dura rebeldía. Inocente y optimista el planteamiento, todo hay que decirlo.

Yo encontré en las historias de Giménez, cuyos guiones firmaba en ocasiones otro grande de la historieta patria, el desaparecido Ivá; una pasarela directa al mundo de los adultos. Dibujos y textos a los que accedí sin filtros ni cortapisas y acudiendo a mi padre para desentrañar los misterios que aquellas lecturas me planteaban, y cuya resolución se volvió casi obsesiva. Fue un auténtico punto de inflexión en mi vida.


Portada de España, una, grande y libre (1978)





Barrio y Paracuellos nos abrieron el apetito y fuimos a por más. Algunas de las tiras que me resultaban más divertidas eran aquellas que narraban los últimos días del Generalísimo y los primeros de la transición. Podéis acceder a ellas y disfrutar  de su sarcasmo salvaje. La portada del tremendo “España una, grande y libre” basta para hacerse una idea del nivel represivo que existía por parte de las cuerpos armados sobre los ciudadanos que clamaban por una democracia durante la agonía del régimen y en el proceso de transición. Con once años uno no puede medir el calibre auténtico de lo que se cuenta en los volúmenes de esta trilogía, editada en 1978. Aquellos policías acorazados en sus armaduras y sus escudos, batiendo 
cabezas a porrazos con mala saña, disparando pelotas de goma con el único objetivo de reventarlas; me parecían algo rancio y refractario, algo exclusivo de un pasado enterrado y superado por la democracia ilusoria en la que hasta hace no mucho creía vivir. Ignoraba que por ejemplo, en aquellos ochentas mediados, los trabajadores de los astilleros de Cádiz, Asturias y Galicia se las tenían con los antidisturbios y la Guardia Civil en los mismos términos que reflejaban los cómics; y sobre todo, que el franquismo no había muerto con el dictador. Con toda sinceridad, jamás pensé que aquello volvería a ser igual.




Tengo treinta y siete años y cubro noticias desde hace quince. La primera vez que vi con mis propios ojos a nuestras Fuerzas de Seguridad del Estado reprimiendo una protesta democrática (salvo pequeñas escaramuzas sin matiz político) fue en 2003, cuando los ciudadanos saltaron a la calle a gritar que no querían que su país promoviese, patrocinase ni participase en una guerra ilegal, inútil e injustificada. Por mentira que parezca, las imágenes que cualquiera ve en televisión nunca muestran la auténtica crudeza ni la violencia desmedida de este tipo de situaciones. Mucho menos en aquellos días, con internet en pañales. No es tan solo cuestión del consabido sesgo informativo o la sobredimensión de ciertos elementos según el espectro popular al que se quiera satisfacer. Es así porque que es muy difícil (casi imposible) plasmar el odio y el sadismo que despiden muchos de los que están obligados a aplicar el principio de fuerza proporcional para mantener el supuesto orden establecido.

En 2009, tuve la desgracia de sufrir el tratamiento del palo limpio mientras realizaba mi trabajo con la libertad que dice concederme la Constitución. Algo que ya conté aquí mismo. El pasado 19 de julio tuve que huir como una rata, con una cámara al hombro y una acreditación de prensa colgada del cuello, para evitar que me alcanzasen de nuevo las porras en una calle del centro de Madrid, en la que no había testigos y en la que ninguno de los treinta agentes uniformados presentes parecía tener intención de respetar la ley que defienden y que bastante a menudo parecen desconocer.


Hace más de un año que un sector de la población salió a mostrar su hartazgo con un mensaje claro y conciso: democracia real ya. Todos conocéis el 15-M y no quiero abrir aquí y ahora un debate sobre la validez de sus argumentos, sus métodos y sus logros; pero sí quiero dejar clara la legitimidad de su derecho y libertad de expresión. De nuevo encontramos que la Constitución recoge estos conceptos y los dota de cobertura legal inalienable e indiscutible.



He visto desde entonces deplorables actuaciones policiales delante de mis ojos que ya habían sido dibujadas por Carlos Giménez a finales de los 70. El miedo carente de vergüenza que sufren los políticos que nos gobiernan ha hecho renacer el Estado policial en el que los derechos de manifestación, libre asociación e incluso libre circulación de las personas en las calles; son ignorados y violados a diario por unos protocolos de oficio carentes de todo sentido común. Oigo a menudo (con desagrado) repetir como un mantra, como un lema por el que morir, una frase descontextualizada de la película V de vendetta (2009), basada en el cómic del mismo título creado por Allan Moore más de veinte años atrás. Es esa que dice "El pueblo no debería temer a sus gobernantes, los gobernantes deberían temer al pueblo". Pura ficción. Tal y como salió de los dedos del guionista. Son los gobernantes los que verdaderamente temen el poder de un pueblo culto, digno y unido. Y es su miedo el que los empuja a actuar guiados por la violencia y la sinrazón. Es su miedo el que cerca el Congreso. Es su  miedo el que echa a la calle veinte lecheras para que cien manifestantes no expresen su malestar en libertad, o 1.350 agentes si se prevé mayor afluencia. Es su miedo el que los acoraza, el que empuña las porras, el que dispara las pelotas de goma, el que abofetea a un ciudadano que se niega a correr para desalojar el espacio que legítimamente le corresponde, el que detiene y arresta e inventa cargos ficticios. Es su miedo el que copa portadas de diarios internacionales coloreando las estampas que (otra vez) recordábamos en B/N.

Todo eso ocurre y yo lo he visto. Vosotros lo habéis visto. Y hay cosas que se cuentan que no he podido ver con mis propios ojos y que, en consecuencia, no puedo dar por verídicas. Pero todo eso ya lo conozco porque todo eso ya ocurrió y está en los libros y en las hemerotecas, en la memoria de muchas personas y en las viñetas del gran Carlos Giménez. Todo eso ha vuelto. Al igual que alguna vez volvieron los pantalones de campana, las hombreras, las Ray Ban Aviator , el gintonic, las reposiciones de Verano azul  o el tupé. Y la gente que lo vivió y sobrevivió a ello asiste atónita e indignada a su renacimiento, con el consentimiento o la connivencia de una parte del pueblo que se opone a aceptar que esta realidad existe. Quizás se acojan a esta negación para evitar el trauma que conlleva aceptar que han sido engañados. Algo que escuece mucho más cuando son aquellos en los que depositaste tu confianza los que la traicionan. Se enganchan a esa negación y a ciertas mentiras como quien se evade de la vida con la droga.



La pérdida de las libertades adquiridas trae consigo el resurgimiento de todo lo que había sido denostado, pero nunca condenado, y nos adentramos en un futuro mucho más aterrador porque a través de él no se llega a nada nuevo, sino a lo que ya conocemos y tememos de verdad.

Recomiendo encarecidamente la lectura de todos los libros de Carlos Giménez citados en esta entrada. Si no se tratase de la crónica de lo que vivió, sería fácil tildarlo de visionario o de profeta. De agorero incluso.

Comentarios

Carlos Ruano ha dicho que…
Qué grande eres Luisito, comparto muchas de las reflexiones, además de haber devorado también las viñetas hiperrealistas de Carlos Giménez desde chaval.
Verae ha dicho que…
Lo más parecido que recuerdo a las protestas de antaño han sido las protagonizadas por los mineros la primavera pasada. Al constatar que se mantenían en la lucha me dije ¡Hostias, lo van a conseguir!...así eran las reivindicaciones de antaño, uno estaba convencido de que tenía derecho a algo que pedía y luchaba por ello, costase lo que costase, con el apoyo incondicional de la familia, los allegados y de la sociedad. Nuestros padres no habían tenido más que miseria, nosotros queríamos algo mejor; queríamos trabajo con sueldo digno y horarios razonables, queríamos divorciarnos cuando el amor se acababa o si nos habíamos equivocado al tomar la decisión de pasar por algo tan obligatoriamente eterno, queríamos amar libremente sin que fuese pecado… queríamos un mundo mejor, más libre, más participativo. Y emprendimos las carreras delante de los grises, y te aseguro que los que acababan en comisaría no se iban de “rositas”. Digamos que en aquel entonces se consiguió lo que se consideraba justo. A partir de este punto, ya conoces la historia.

Creo que la “inquietud” le llega al ser humano por dos vías posibles: una por la carencia, la otra por convicción; la primera corre el riesgo de que una vez conseguido lo deseado ésta se aplaque (como las rabietas infantiles para conseguir su chuchería). La segunda es la que perdura. Tal vez los hijos de aquella generación han vivido en tal abundancia que no han sentido la necesidad de convencerse de nada. No aprendieron del ejemplo. Se dejaron llevar, ignorantes de que todo es cíclico y lo que el estado nos da (bajo presión), en algún momento nos lo vuelve a quitar, porque detrás está don dinero, y es sabido que cuando "muchos" tienen dinero éste pierde su valor.
Además, salvo excepciones, las generaciones van alternando de “color”, quizá por aquello de llevar la contraria, aunque no nos favorezca.

Hace tiempo que la situación actual se veía venir, muchos la veíamos venir, pero es más cómodo esconder la cabeza, o mirar para otro lado, o pensar que a nosotros no nos va a afectar.

Nosotros, los jóvenes de aquella época, estamos con vosotros, os apoyamos, nos movemos… pero sois vosotros los que, ahora, tenéis que correr.

Te dejo un beso.


Unknown ha dicho que…
Buenisima entrada, y grande Carlos Gimenez
Kacho ha dicho que…
Vera, gracias por la elocuencia de tus palabras. Creo que la democracia tiene ciertas herramientas que los políticos acaban convirtiendo en armas contra los ciudadanos. Se supone que hemos evolucionado en casi cuarenta años. Aunque comparta las ideas, pienso que hay que que medir que la fuerza del mensaje no se pierda con el ruido de la protesta ni con el eco posterior. Los cruces de imputaciones entre agresores, agredidos y dirigentes que promueven estas agresiones; crean la cortina ideal para que se hable del mucho de "cómo" y poco del "porqué".

Me quedo tu beso y te envío otro. Gracias por estar siempre aquí. muax
Kacho ha dicho que…
Gracias a todos por las opiniones. Me sorprende gratamente descubrir que no son pocos los admiradores de tan magnífico cronista y dibujante.

Abrazazos

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