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No voy a decir el título del libro.

Además de limpiar y desinfectar el cuarto de baño como si fuera un quirófano, me relaja dejar pasar el tiempo en librerías. Veo más probable acabar follando con un androide que leer un libro electrónico. Una de las razones es esa, lo mucho que me gustan las librerías y manosear un libro tras otro, haciéndome la escaleta ilusoria de futuras lecturas que luego nunca se materializarán. Me dejo hacer ojitos por títulos, portadas, nombres de autores o recomendaciones. Los tomo en mis manos, leo sus reseñas, sus argumentos y leo pasajes al azar. Y si alguna de las incógnitas de esa ecuación me seduce, me llevo el libro a casa. Bueno, creo que es el mismo protocolo que seguimos millones de personas que compartimos ese vicio. Hará cosa de poco más de un año, me encontraba en ese momento de desconexión absoluta del mundanal ruido y me topé con el típico libro cuyo título conoces y de cuyo autor ya has leído algo que te encantó. Le tenía ganas, así que tan solo di un vistazo ráp

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