No voy a decir el título del libro.






Además de limpiar y desinfectar el cuarto de baño como si fuera un quirófano, me relaja dejar pasar el tiempo en librerías. Veo más probable acabar follando con un androide que leer un libro electrónico. Una de las razones es esa, lo mucho que me gustan las librerías y manosear un libro tras otro, haciéndome la escaleta ilusoria de futuras lecturas que luego nunca se materializarán. Me dejo hacer ojitos por títulos, portadas, nombres de autores o recomendaciones. Los tomo en mis manos, leo sus reseñas, sus argumentos y leo pasajes al azar. Y si alguna de las incógnitas de esa ecuación me seduce, me llevo el libro a casa. Bueno, creo que es el mismo protocolo que seguimos millones de personas que compartimos ese vicio.

Hará cosa de poco más de un año, me encontraba en ese momento de desconexión absoluta del mundanal ruido y me topé con el típico libro cuyo título conoces y de cuyo autor ya has leído algo que te encantó. Le tenía ganas, así que tan solo di un vistazo rápido a su argumento desglosado en la contraportada y me lo llevé a la caja para hacerlo cambiar de dueño. Me pareció tan atractivo el resumen de la trama que me prometí vencer a la pereza que me despierta un tocho de novecientas páginas. Dicen por ahí que es por ser Géminis, pero dedicar mucho tiempo a lo mismo me asfixia.

Y empecé a darle caña con ganas, como cuando inicias una subida en bici a sabiendas de que la cuesta arriba se te puede hacer jodidamente dura y que cuantos más metros te comas de una tacada cuando aún estás fresco, menos te quedará para hacer cumbre. Yo no monto mucho en bici, pero el símil suena bien. También dicen que eso es un error y que las fuerzas se han de dosificar, y aunque dicen por ahí que igualmente es por ser Géminis, como me enzarce con algo, no paro hasta reventar. Pero sí es verdad que los inicios de cualquier cosa son inciertos. Todo se toma su tiempo para tomar cuerpo. Todo. Los libros, las pelis, las relaciones personales, las tortillas de patatas, el vino, las fiestas, las legislaturas, qué sé yo…Lo que es cierto es que desde el comienzo de este libro me hallé perdido (aunque para mí estar perdido y hallarse es una antítesis como un altar, pero se dice así). Cuanto más leía, más me despistaba. El libro y yo empezamos entonces a pisar terreno fanganoso en el que cada paso, cada línea en este caso, suponía un esfuerzo titánico porque la trama prometida no terminaba de aparecer. Entonces empecé a pasear por el mundo ese medio kilo de libro sin otro fin que el de acopiar redaños para terminar la mitad que aún no había leído, por no comprender nada de la otra mitad ya leída. Y ese libro se adecuó a esa acertadísima definición que John Lennon hizo de la vida, de la que dijo que era lo que te ocurría mientras haces otros planes. El libro eran los planes y las otras cosas que me pasaban eran los otros libros que me leí entre medias de las sucesivas derrotas que el tocho me infringió.

Hasta que en un viaje largo y reciente, me fusilé dos libros y no me quedaron más huevos que volver a enfrentarme al protagonista de este sinsentido, porque bien podría haber condenado al polvo al condenado libro si no me hubiese invadido la sensación de que mi honor, mi orgullo y mi autoestima dependían del momento en el que leyese su último renglón. Y otra vez al lío, y otra vez a recibir cada palabra como una hostia en el mentón, porque seguía sin comprender la trama. Así que me volví a esa contraportada con la esperanza de encontrarme con el alivio de que la cubierta perteneciese a otro libro, y no fuese mi ya deprimida y acomplejada capacidad de comprensión la culpable del embrollo  en el que me había enfrascado.

Y entonces me di cuenta de que aquel día de asueto en la librería, nunca sabré el porqué, interpreté que el libro seguía una trama que nada tenía que ver con la real. Lo comprendido estaba a años luz de lo escrito. Como si lo hubiese leído bajo el efecto de un cóctel de psicotrópicos. Nunca lo entenderé.


Y entonces también me di cuenta de que también, nunca sabré el porqué, hubo un día en el que malinterpreté la reseña de lo que iba a ser la vida y que por eso ahora no entiendo un carajo.

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