De vuelta a casa.

Colaborar habitualmente con una de las agencias de noticias más potentes del mundo supone muchas satisfacciones personales y algún que otro sacrificio. En ocasiones, se permanece en guardia durante las 24 horas del día. Allá donde se dirija uno en su tiempo libre, ha de hacerlo con una cámara de tamaño semi-reducido a cuestas.

Para mí no conlleva un gran esfuerzo. Al fin y al cabo, son doce años ininterrumpidos paseando máquinas por el mundo. Sin embargo, produce algunas sensaciones curiosas. Como digo, este equipo que me acompaña para que en caso de emergencia, haga lo inhumano por llegar el primero a la noticia de turno, es bastante más ligero que el que cargo normalmente. Debido a este matiz, sigo moviéndome en metro con esta cámara a cuestas y disfrutando de algo que me encanta, leer mientras me desplazo. Desde hace mucho tiempo, tengo más que comprobado que a la gente, el hecho de ver a un sujeto con una cámara por la calle, le provoca una cierta sorpresa y bastante curiosidad. A veces, puedes llegar a sentirte como un famosillo del tres al cuatro por la manera de ser observado mientras haces algo tan habitual como viajar en transporte público o caminar por la calle. "Mira, la tele" (como si este humilde reportero encarnase en esta triste figura todos y cada uno de los miles de canales y estaciones que se dispersan por el planeta). Es una sensación agradable para alguien cuyo ego gusta de estímulos positivos, para qué engañarnos. Dejas de ser un paseante anónimo. Incluso determina la percepción que cualquiera pueda sentir a primera vista con respecto a mí mismo. En más de una ocasión, he subido a un avión (la gente se pone divina para viajar), demacrado, sin afeitar, sucio y pestilente. Los demás pasajeros, lejos de juzgar mi indumentaria de un modo negativo, esbozan sonrisas de aprobación, imaginando exageradas aventuras que me atribuyen sin conocimiento. Incluso puedo permitirme ir vestido como un payaso o como un aprendiz de aventurero sin miradas recriminatorias o de mofa. Llevo una cámara.

En la ciudad de las facturas ocurre algo parecido. Es fácil percibir las ojos captados por el hecho de portar el bulto. Les gusta divagar mentalmente sobre lo que haces, a dónde vas o de dónde vienes. Incluso ganas un poco de espacio vital en esos vagones en los que compartimos centímetros cuadrados de piel a pesar de la ropa, humores, conversaciones ajenas, miradas de indiferencia o de voyeurismo. Se podría decir que llevar una cámara colgada del hombro, te hace ser alguien diferente. Un tío que trabaja en la tele.

Cuando hablo de mi trabajo, la gente suele comentar algo sobre lo apasionante y excitante que debe resultar mi profesión. O no. Todo el mundo conoce a alguien que trabaja en televisión. Por lo menos, todos los que conozco yo. Tras un breve acceso de falsa modestia, tiendo a narrar hiperoxigenadas versiones de anécdotas que, inevitablemente, ocurren. Soy y somos así. Somos algunos de los miles de currantes anónimos que hacemos que lo ocurre en el mundo, llegue a cantidades masivas de telespectadores. La diferencia es que nosotros somos los testigos más directos y que elegimos qué porción de realidad es la que va a llegar al gran público. Un privilegio y una gran responsabilidad a cuya altura no siempre estamos.

El caso es que hoy, mientras me sentía estrella de rock en el metro (¿ves como exagero?), me ha dado por pensar que de los miles de viajeros con los que día a día comparto trayecto, son casi nulos aquellos de los que puedo adivinar su profesión. A mí me delata "la nena". Eso mismo es lo que hace que, realizando una labor que precisa acudir a un lugar determinado a la vista de todos, cualquiera se crea con el derecho de recriminarme lo puta que es mi madre, lo mucho que miento y manipulo, que sólo acudo a los sitios cuando ocurre algo malo, lo poco que respeto la intimidad del prójimo o el poco caso que hago, lo buitre que soy, lo esclavo de mi comportamiento debido a mi condición de vendido a quién sabe quién o qué, lo mucho que dejo de grabar cuando lo que acontece no es conveniente que se vea...

Sin olvidar que grabar en plena calle acarrea que algún que otro exaltado se plante delante de tu cámara a saludar a su prima la del pueblo, a ejercitar indefinibles danzas de origen desconocido, reclamar el plano para sí, plantar una mano en el objetivo, cantar, pronunciar la letra "e" en una prolongada e impostada entonación, darte un capón con intención y fuerza variables, insultar a las autoridades locales o mundiales en enconada protesta contra guerras, injusticias, goteras, ruidos insoportables o todo aquello que es una vergüenza. Lo más normal es que te pregunten que por qué y para qué estás grabando en ese lugar. Sinceramente, cada día que pasa temo más esa pregunta y me acojona más mi respuesta. La reacción del interrogador es de lo más imprevisible. Muchas veces tienen razón, pero mira que no me imagino a un empleado de Telefónica siendo increpado, insultado y/o agredido en plena calle, por mucho que nos roben con una frecuencia mensual. O a un cartero, porque no llegó la carta esperada. O a un quiosquero, porque las noticias de los periódicos son pésimas. O a un dependiente de Loewe, porque con el precio de un bolso se paga una letra de hipoteca. O a un profesor, porque el sistema educativo es una puta mierda. O a un currito de oficina bancaria, por lo alto que está el Euríbor de los cojones.

Por todo eso, cuando hoy sentía sobre mí los ojos de mis compañeros viajeros, he sentido ganas de romperles la cámara en la crisma, de cagarme en su puta madre, de amenazarles con rajarles el cuello, con comerse la cámara, con meterles el dedo en el ojo, en la oreja; clavarles un alfiler en el culo, tirarles al suelo los periódicos, los libros y las revistas; preguntarles para quién trabajan y llamarles de todo por pertenecer a cualquier empresa en la que se ganen los espárragos y mandarlos a freírlos, o correr tras ellos paraguas, barra de hierro o somera y contundente piedra en mano. Despeinarlos, correrles el maquillaje, pintarles las gafas, sentarme encima de ellos, pisarles callos, durezas y juanetes; mear a sus pies, eructar como un animal, aflojar el esfínter rectal en sus narices, escupirles, mostrarles el dedo corazón, tocarme el paquete, sembrarles el camino de cáscaras de plátano, tirarles de las aletillas de la nariz, pegarles un moco, estornudarles en el cogote, toserles en la oreja, patear cojones y pellizcar pezones con saña, saltar sobre bolsos, carpetas, carteras y maletines; depilarles las cejas con cera, destrozarles mp3, iPod's y "walkmans" desfasados, emborronar los apuntes de los estudiantes ... Al final, he vuelto a casa. Me he liado un "quitapenas", he emitido las facturas del mes de marzo con la esperanza de cobrarlas antes de cinco meses y he escrito esta idiotez. Disculpa la pataleta.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Bendita pataleta, porque al fin volviste! Estamos en un oficio del que todo el mundo entiende, del que todos están dispuestos a dar lecciones, y que además se entiende siempre como sencillo, romántico, divertido, aventurero y no sé cuántas chorradas más. Lo ven como cualquier cosa menos un trabajo, duro, que es lo que es. Qué latazo ir con la cámara encima; los plumillas nos ocultamos tras el boli y la libreta y mira qué fácil. Ahora, eso sí, somos menos atractivos, nadie nos hace preguntas ni carantoñas ni nos miran extasiados... Mucho ánimo, que las perrerías de diario no aniquilen tus ganas de tirar palante. Y avisa cuando te vaya a dar ese ataque de locura, pa estar lejos...
El Crítico Informativo ha dicho que…
Cada vez es más duro, no te lo niego. Cada vez cansa más oir improperios en la calle, gente que se cree con derecho a todo. Yo también he tenido que repetir mil veces que es un trabajo más, para mí es bonito y me gusta, pero un trabajo más: muchas horas, aguantando los caprichos del clima, no suficientemente bien pagado,... Y como dices en ocasiones 24 horas de guardia como cirujanos o sacerdotes. Estamos perdiendo "prestigio" social, estamos perdiendo la confianza de la sociedad, nos ven no como informadores sino como manipuladores. Además la intoxicación del corazoneo, gente que en Barajas se queda decepcionada cuando vas a esperar la llegada de turistas españoles que vuelven de un huracán en México y no estás esperando a Belén Esteban. En fin, todos tenemos derecho a la pataleta de vez en cuando... Un abrazo enorme, compañero!
THE LITTLE QUEENS ha dicho que…
Pero serás quejica!!!
Mira que entiendo tu llegada a la ciudad de las facturas... yo lo haré la semana que viene y seguro que sin salir de Barajas ya me habré cabreado unas 5 veces e intentaré asesinar a todos los que levanten la voz más de lo necesario otras 25, seguro.
Pero no te quejes de la profesión elegida. Tenemos derecho de quejarnos pero es inmoral, nosotros lo elegimos. NO llegamos absorbidos por las circunstancias y ahogados por la hipoteca, elegimos esta forma de vida y nos gusta. Quizas no nos guste el entorno, la mierda que lo cubré a veces, el óxido y el olor que desprende otras, el mamoneo al fin y al cabo. Pero siempre nos quedará Paris, como diría la canción y la opción de decir que no y cambiar algo y dormir tranquilo.
Yo no soy reporter@, pero algo parecido.
Bienvenido... espero verte next week.

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