En el nombre de la muerte
Fotografía: Kacho
La pasión primaria de quien estrangula con sus propias manos,
la macabra paciencia y la perseverancia de quien ahoga bajo el agua,
la tensa espera del que asfixia,
el frenético arrebato de quien revienta la sesera a palos,
la predisposición preventiva de quien rebana a cuchillo,
la despreciable prepotencia de quien aprieta el gatillo de la pistola,
la cobardía agravante de quien lo hace hacia la nuca,
la ardiente saña de quien aprieta el de la metralleta,
la fría y minuciosa precisión del francotirador,
el gélido cálculo impreciso y superlativo del que prepara y detona bombas,
la ilusoria despreocupación del que lanza misiles,
la fe ciega en un deber mayor de quien ordena matar,
los delirios devastadores de quien declara guerras,
la ambición del que mata de hambre…
Cuanto mayor es la distancia entre el asesino y el asesinado,
cuanto menos se miran a los ojos,
cuanto menos se conocen,
cuanto mayor el número de víctimas,
más se disipa la culpa,
menos se deja la negra sombra de la muerte sentir.
Tanto menos, que la muerte pierde su nombre.
Tanto menos, que la muerte pierde su nombre.
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Muchas gracias, cariño.