¡Ay, qué dolor!



                                   Fotograma de Psycho, (1960)

   Según salió por la puerta -para no volver-, comencé a experimentar un intenso, inmenso y masivo dolor. Todo empezó por la cabeza. Podía sentir cada parte de mi cerebro, minuciosamente, por el dolor que me causaba. Hasta los pensamientos parecían doler, pero no era así. Me dolía el corazón en cada diástole, en cada sístole. Me dolían los pulmones en cada inhalación, en cada expiración. Me dolía el estómago en su dolorosa digestión de lo sucedido. Sentía un profundo dolor en una zona en la que supongo que se ubica el hígado, en su complicada y dolorosa labor que supongo que realiza. Igual que el páncreas, que debe estar situado por una zona en la que entonces sentía un dolor muy agudo. Me dolía cada centímetro de intestino delgado y cada milímetro de intestino grueso. Me dolían los pies a cada paso, pero también en reposo, calzados o desnudos. Me dolía la espalda, desde la primera hasta la última vértebra. Podía apreciar el dolor de cada uno de los discos que las separan, y qué voy a decir de la médula espinal… ¡Qué dolor el de mis riñones! A veces uno dolía más que el otro. ¡Qué manera de doler al generar la orina y conducirla, a través de los uréteres, en su doloroso trayecto hasta la vejiga; cuyo dolor me tenía en un continuo grito, tanto al vaciarse como al llenarse! Porque no me aliviaba expulsarla por mi pene dolorido, y quien tenga pene sabe lo que puede ser un dolor de pene. Me dolía desde la próstata hasta la punta del capullo. Me dolía el ano en el estreñimiento y en la diarrea, y me era fiel mi dolor de almorranas, que permanecía junto a mí en el dolor y en la enfermedad.

   Me retorcía de dolor por culpa de las articulaciones de cada uno de los huesos de mi esqueleto articulado y dolorido. Me dolía cada pestaña enganchada a los párpados que, por supuesto, emitían dolor, abiertos o cerrados. Horrible el dolor de los ojos, mirase hacia donde mirase, o aunque tuviese la mirada perdida. Incluso con los ojos en blanco. No podía mover las cejas del dolor. Lo mismo que la boca, la lengua, los dientes, las muelas y los empastes. Me dolía el cielo de la boca, como si me hubiesen dado una patada ahí mismo. Me dolía la garganta y no podía gritar. Me dolían los orificios lacrimales, y no podía llorar. Me dolían mucho los testículos, y no podía eyacular. Casi no podía respirar a causa del dolor de la nariz. Tenía crispados los dedos de tanto dolor, que también me dolían, como las uñas -largas o cortas- que no paraban de doler. Me dolía el pelo, a pesar de la calvicie. Y cada pelo que había aparecido en mi cuerpo -a raíz de perder el pelo de la cabeza- también dolía a rabiar. Y la piel, que me dolía tanto que pensé que sería mejor despellejarme.

   Me dolían tanto las axilas… No sé por qué, pero siempre, desde pequeño, me han dolido las axilas. Me dolían las nalgas, las corvas, los zancajos, la cuscusilla… Esas partes del cuerpo con  nombres estrambóticos, como el psoas ilíaco, el olecranon, el apéndice xifoides o el esternocleidomastoideo; también se veían afectados por un dolor similar al que sufrían mis venas y mis arterias, en su dolorosa irrigación de mi dolorido organismo, jodido por culpa de su marcha.

   Excepto una parte que permanecía sana, salva e indolora. Me dolían a rabiar las cuerdas vocales de pedir a gritos (no sofocados) que me doliese esa parte que permanecía sin dolor. A pesar del resto del dolor, suplicaba por sentir un dolor insoportable, insufrible e imposible de aplacar. Deseaba un dolor que borrase mi existencia, mi presencia en este mundo; tras una explosión que hiciese pequeño al Big Bang y que pulverizase todas y cada una de mis neuronas, agotadas por informar de tanto dolor. Clamaba por ese dolor indescriptible, jamás conocido, ni experimentado por ninguna forma de vida sobre la faz de la Tierra,  o sobre ningún otro planeta o satélite de cualquiera de las galaxias que conforman el cosmos y la infinitud del Universo. 

   Yo quería que me doliese el alma. Sólo el alma. Porque la que creía la mujer de mi vida, se había marchado, y no sentía otro dolor que no fuese un dolor físico (aunque éste fuese casi mortal). Yo quería que me doliese el alma porque alguien me había dicho que cuando duele, cualquier otro dolor parece insignificante, apenas sensible. Pero no. Nunca lo supe porque jamás llegó a dolerme. Y con el tiempo, se fue pasando el dolor de la cabeza, se disipó el de los órganos, desapareció el de los huesos, el del pelo y el de la piel. Seguí sufriendo el dolor en las axilas, eso sí, como desde pequeño. 

   Y entonces apareció aquel otro dolor punzante, agudo, sordo, letal; al que ningún analgésico, calmante, droga (legal o clandestina, blanda o dura) o bebida espirituosa; pudiera apaciguar. Empezó a dolerme el orgullo. Y ese, ya nunca me ha dejado de doler de esa manera, desde aquel entonces, en el que ella me dijo aquello que me hizo tanto daño. Aquello de que yo era incapaz de sentir otro dolor que no fuese el mío.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Hasta que he leído esto, creía que tanto dolor y en tantos sitios del cuerpo solo era posible si te atropellaba un camión; pero por lo visto un portazo también puede producir el mismo efecto.
Siempre llevo una coraza puesta que consigue que me aísle del mundo, hace que no sienta muchas emociones pero también evita que sufra; pues bien, leyéndote me he dado cuenta que se me ha roto, que debo de tener una fisura por algún lado porque consigues que me emocione y que sufra con tus historias, que me meta dentro de ellas. Tienes una capacidad asombrosa para transmitir emociones y hacer que afloren sentimientos escondidos o que creía olvidados. Es un auténtico placer leerte.
Bueno, ya no tengo más que decir.
Carlos Ruano ha dicho que…
Brillante, desasosegante, mordaz, bizarro. Sigue regalando...
Kacho ha dicho que…
Persona anónima, qué satisfacción leer eso. No sé qué más puedo pedir. Muchas gracias. Intentaré seguir contribuyendo al desmoronamiento de tu muralla. Tiene su aquel enfrentarse desnudo a las emociones.

Un saludo.
Kacho ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Kacho ha dicho que…
Carlos, maestro, esto y lo que me has dicho en persona, viniendo de alguien tan especial como tú, es el mejor combustible para que la máquina siga carburando. No tengo más remedio que quererte, colega.


Un abrazazo
Natalia ha dicho que…
mmmmmm.... el dolor emocional, y físico también,en su maxima expresión es indescriptible.... pero de intentarlo, al menos el mío se parece mucho a tu relato desgarrador. Aunque ya hace tiempo que no duele. Un beso.
Verae ha dicho que…
Uf!... con lo que eso duele! Pero como dice un amigo mío... "Ese también pasará"

Te dejo un beso.

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