Episodio final: This is the end…

                                                                        Jim




Episodio I:YouKnowTheDayDestroysTheNight...

Episodio II:...NightDividesTheDay

Episodio III:BreakOnThrough(ToTheOtherSide)

Episodio IV:Lunes,Lunes,Lunes...

Episodio V: No pretendas ser 28 pudiendo ser 29





No importa el origen. Todo lo que se vive es engullido por ese monstruo voraz que es el pasado. Las experiencias pierden su esencia y sólo perdura su forma moldeable en el recuerdo, en progresiva tergiversación. Nada es importante cuando empieza, sólo cobra significado cuando acaba. Pronto se olvida la trama. Tanto en la vida como en la ficción, en la ciudad de las facturas y en Almansa; no hay relleno que valga. Lo que cuenta es el final.

-“¡¡¡Me he recorrido el hospital de cabo a rabo y aquí no hay NÁ que rascar!!!”

Lo que cuenta es el final. Gran final para el mutis de uno de los tipos más estrambóticos de cuantos me he cruzado en una vida dedicada casi por completo a lo estrambótico. Queda claro que fotoperiodista-motorista-belicoso-bomberoide-redactor es un hombre de grandes finales y deja traslucir que quizás también lo sea de grandes principios, aunque las formas externas no sean su fuerte.

Camarógrafos, fotógrafos y “seca-bolígrafos” dejan de perder el tiempo mirando cómo se aleja una moto muy grande con la bandera española en alto. Es hora de los directos para TV. Y vaya que lo es, puesto que el viento solanero azota como sólo lo hace cuando una joven redactora recién salida de la peluquería se planta a hablar directa a cámara. CBR y yo seguimos esperando a que se presente la tita del chaval. Muchos otros compañeros deciden ir por las calles de Almansa en pos de cualquier vecino que haya tenido el más mínimo contacto con el anónimo griposo. Este tipo de personas solícitas y dicharacheras adornan a diario nuestras pantallas con frases tan contundentes como “era un chico normal, daba los buenos días…” Como la ventolera es atroz, nos metemos en el coche que tenemos aparcado junto a la puerta del Hospital General de Almansa.

Como un plano congelado en la pantalla de cine, así es lo que vemos a través de la luna del vehículo, apoltronados en su interior como dos policías malos y corruptos de una mala película americana de policías corruptos y malos. Tan sólo nos faltan los donuts y el café aguado, mientras hablamos de por qué se suicidó Tonetti tras ser expulsado del cuerpo por haber disparado (borracho como un policía corrupto) a aquel muchacho negro desarmado, el mismo día que su mujer cogió a los niños y se volvió con su madre a Connecticut.

                                                                 "Canción triste de Hill Street"



Pero en lugar de eso, tras haber escudriñado toda la prensa diaria, completado sus crucigramas y sudokus; después de haber jugado al “veo-veo”, de poner a parir a todas las personas que conocemos, de cotillear sobre los que pasan por delante, de comentar la fisonomía de todas las mujeres que nos rodean en nuestra vida diaria, de tararear las canciones que escupe la radio, de sufrir amagos de cabezadita; nuestro último entretenimiento posible es hojear el suplemento de un diario local sobre las fiestas de Almansa. Publican las fotos de las reinas de las fiestas de los últimos veinte años. Resulta admirable la sutilidad que se gasta el jurado año tras año en la ardua labor de percibir las inapreciables características que pueden llegar a encumbrar a las mozas del pueblo al ansiado trono. Comparten todas dos ojos, nariz y boca; orejas imperceptibles por el tamaño de los pendientes, vastos como toda Castilla La Mancha, maquillaje como para cubrir las Torre Petronas y ese peinado tan peculiar, consistente en una raya en medio que emula a la mítica Ruta 66 y el pelo estirado hasta confluir en las inconfundibles “ensaimadas” que nunca pueden faltar en un traje regional que se precie. Mirar todas las fotos al mismo tiempo me produce un “efecto mosaico” en el cerebro que casi me cierra los ojos definitivamente.





A pesar de tan frenética actividad, no ha pasado ni una hora y la señora normal y rubia no aparece. Hay un equipo de Telecinco que ronda la puerta y un fotógrafo de ojos verdes que desde hace un rato, se dedica a tirar fotos a los conductores de las ambulancias y a mostrárselas en la pantalla de la cámara. Este protocolo parece divertir mucho al sujeto y a los de la ambulancia, por lo que me pregunto si no estaré haciendo el gilipollas aprendiéndome los nombres de las reinas de las fiestas de Almansa en vez de unirme a tan amena ociosidad.

Llamo a la oficina para pedir ayuda y lograr que admitan que no tiene ningún sentido nuestra espera, que el testimonio de la tía va a resultar de lo más banal y que no hay nada de lo que pueda suceder en esta bella localidad manchega que merezca que encendamos la cámara. Pero el destino es caprichoso y pendenciero, y en mitad de mi discurso, algo me hace interrumpirlo (lo que cuenta es el final). El fotógrafo oficial de los servicios de emergencia y el cámara de Telecinco salen disparados hacia una de las esquinas del edificio. En fracciones de segundo, CBR y yo hacemos lo mismo. Es tal nuestra ansiedad por que suceda algo que los sobrepasamos sobrados de ímpetu hasta llegar a la puerta norte del hospital, donde buscamos de un lado a otro a alguna señora rubia y normal, sin éxito. Aparecen los dos sujetos y extrañados, nos damos cuenta de que se dirigen como leones hacia una chica castaña y con gafas. Copiamos su actitud hasta el momento en que la chica suelta un “joder, dejadme en paz” que nos deja helados. De inmediato paro la grabación y retiro el ojo del visor de la cámara. Se trata de la hermana, a la que han conocido en uno de los viajes mencionados a la serrería familiar. No hay que ser Séneca para saber que la chica no quiere ningún tipo de prensa. Me siento como una mierda por haberme dejado llevar por el primer impulso y haber caído en el error de perseguir a alguien que no quiere ser artista en este circo.

                                                              "Holocausto canibal", 1980



Haber bajado la cámara no me hace sentir mejor. Comparto esta sensación tan desagradable con CBR y acordamos que nosotros no estamos para hacer este tipo de TV (ni siquiera voy a llamarlo periodismo). En oposición a nuestra actitud, el fotógrafo y el cámara se jactan de haber acribillado a la joven a pesar de que incluso se tapó la cara. Para ese momento, nosotros ya nos habíamos apartado. Se jactan. Se descojonan. Babean y se ríen como hienas después de haber devorado a una cría de cebra. No puedo dar crédito a lo que estoy viendo y oyendo. Hasta la redactora de Telecinco ha entrado para disculparse ante la joven, que tiene poco menos que un ataque de nervios. Se calma y dice que no quiere que saquemos imágenes de ella al salir. Yo no tardo en decir que por nosotros puede estar tranquila, que nuestra cámara va a seguir apagada y en el suelo, pero este par de idiotas sigue con la risa floja, como si disfrutasen del orgullo de haber conseguido la imagen de un criminal con las manos en la masa, y sueltan algo así:

- ¿Qué no quiere que la grabemos? Pues como pase por aquí delante, verás si la grabamos o no…

Estoy contando hasta “noventaynuevemilnovecientosnoventaynueve” cuando oigo por detrás una voz más que conocida:
- Si fueran skin-heads, no tendríais tantos huevos…

Casi me caigo de boca. Me giro esperando encontrarme a CBR, pero está detrás de dos cojones descomunales. No sé si comérmelo a besos o si erigir un monumento ecuestre en su honor. La contestación de los dos gilipollas carece de importancia. Con una de ésas, tu línea de flotación se jubila para la eternidad. Tristemente, la chica sale y esta pareja de desgraciados la acosan hasta que su coche se pierde a lo lejos. Dan pena, pero dan más asco. Malditos sean.

Tengo un cabreo monumental y retomo la conversación con la oficina. Hago saber el panorama y anuncio que nos vamos a comer. No hay nada que grabar, nada sobre lo que informar. Nada que pueda llamar la atención de un fontanero de Hannover o de un sastre de Singapur. Somos una agencia de noticias internacional y sobramos en este lugar. Mi criterio no es compartido y siguen insistiendo en que nos quedemos por si el muchacho recibe el alta, cosa que no está prevista hasta tres días más tarde. A día de hoy, un año y medio después, no existe registro gráfico alguno de la salida del chico. El interés de los medios por él se murió antes de que le diesen el alta. Pero algo así no hace reflexionar a ninguno de los muchos que tienen que reflexionar sobre esto.

Nuestro plan ahora es mucho más sugerente. Esperaremos en la puerta hasta el final de la tarde POR SI ACASO. Hay dos cosas que joden mi vida de una manera irredimible: el “porsiacasismo” y el “yaquestasismo”. Sois demasiado listos como para que tenga que desarrollar ambos conceptos.

Nos vamos a comer a la cafetería del hospital, donde sirven comida para asegurarse que nunca salgas del mismo. Nos acabamos de garantizar una digestión milenaria, como si amasásemos cemento en las tripas. Volvemos al coche. No queda nadie más. Volvemos a matar el tiempo que siempre solemos echar de menos. A la caída del sol, cuando el extenso campo brilla como el oro y el cielo muestra su condición de infinito, recibimos la orden de quedarnos una noche más en Almansa, mientras deciden nuestro futuro. No importa lo que pase ahora. Lo que cuenta es el final.

Tener la radio puesta durante un día entero sin encender el motor del coche puede acabar con su batería, dejarla tan tiesa que no se pueda arrancar. Hay gotas con vocación de colmar vasos. Eso provoca que me imbuya de una nueva “kachada” y me convenza de que puedo empujar en llano un vehículo de mil kilos, aplicándole la velocidad necesaria para hacerlo arrancar. Con el esfuerzo, me gano unas agujetas de dos semanas, pero el coche apenas se mueve. Es cuando CBR decide salir y empujar junto al volante. Una furgoneta se para a mi espalda. En lugar del Equipo A, dos gitanillos de unos doce años se bajan remangados para hincar los riñones. Su padre nos alienta desde la furgoneta siguiéndonos al paso. Nuestro coche arranca y después de deshacerme en agradecimientos ininteligibles por culpa de mi boca seca, el padre me suelta:
- Pa’ que luego digan que los gitanos “semos” malos...

Lo que cuenta es el final.

La última noticia conlleva que hemos de volver a “Modas Amos”. La madurez hecha belleza que lo atiende nos recibe con los brazos abiertos, dispuesta a proporcionarnos otra doble triple K. Nos propone la misma oferta que aprovechamos el día anterior, cambiando del negro al blanco. No estamos para pensarlo, pero si para profundizar en los trajes típicos de fiestas que salen de los dedos de su suegra, auténtica figura del negocio tras enviudar de su fundador y conocida por la confección del atuendo característico de esos días en tallas pequeñas a utilizar tanto por niños como por personas extremadamente pequeñas. A mi gusto, el de niño varón resulta un poco tétrico por estar hecho de terciopelo negro. El de niña se asemeja al de fallera y para imaginarme como queda puesto, no tengo más que recurrir a alguna de las veinte últimas reinas cuyos semblantes guardo en mi cabeza. Bromean sobre si no acabaremos teniendo que adquirir uno de esos trajes si no nos vamos nunca de Almansa. Lógicamente, nuestra risa es de compromiso y buena educación. Sin abandonar la sorna, nos despedimos hasta el día siguiente.

En el Blue Hotel (empieza a cobrar sentido su nombre), también nos abren los brazos al llegar, informándonos tras renovar nuestras habitaciones, que hoy sí podemos disfrutar de las excelencias gastronómicas de su restaurante. Nos mostramos obedientes al respecto y nos retiramos a nuestros respectivos aposentos. Me morreo un rato con Norman Mailer (sigo sin gafas) y me duermo sumido en extrañas predicciones acerca del día siguiente.

                                                                           Jim y Pam



Jim Morrison habla de la calle del amor, donde ella vive en una casa con jardín; entre sus vestidos, sus monos y sus lacayos perezosos hechos de diamantes. Debe ser miércoles, 29 de abril, pero no importa. Los días vuelven a durar 24 horas y ése es su punto de partida. A priori no tienen nada de especial, porque lo que cuenta es el final.

Hubiese sido un gran final si nos hubiesen devuelto a casa, pero la llamada del día nos manda directos a Hellín, en la provincia de Albacete, donde otra joven que viajaba con el de Almansa se halla ingresada. ¿Os suena la música? No importa, aunque os cuente lo de en medio, lo que cuenta es el final.


Nos ponemos en camino posesos de ira y mala leche. Podríamos salir ahora en cualquier película de Steven Seagal. Odiamos al mundo y a la gripe porcina. Odiamos el viento albaceteño y nos odiamos a nosotros mismos y entre nosotros también. Para sacarnos de tanta negatividad, llegados a Hellín, algo sucede, como siempre.


Hay que encontrar el hospital, posibilidad con la que no contaba el que hizo las señales urbanas. Tras años de experiencia por los pueblos de España, he aprendido que es fácil encontrar el ayuntamiento y la policía local siguiendo la cuesta arriba, porque suelen estar junto a la iglesia, en el punto más alto. También es fácil encontrar una playa, si es que la tuviere, porque hay que ir cuesta abajo. Los hospitales están en las afueras, porque son relativamente nuevos y se construyen fuera del casco urbano, donde aún queda terreno. El problema es que los pueblos no tienen carretera de circunvalación, o M-30, grosso modo.

                                                  "Indiana Jones y el Templo maldito", (1985)



Hay momentos en los que, gracias a este oficio, me siento como Indiana Jones, agudizando el ingenio; y tras ver una ambulancia, me salto todas las normas de tráfico hasta ponerme en su estela, con una media sonrisa de las que sólo el famoso arqueólogo sabía poner. Pero el vehículo se adentra en el centro del pueblo y eso me mosquea, así que recurrimos a aquello que latentemente y sin saber por qué, hace mucho que fue prohibido: preguntar a un lugareño. He dicho que estábamos a punto de vivir otro hecho insólito y así es. CBR, en su condición de joven de hoy en día, criado entre circuitos y microchips, jamás había establecido contacto real con un hombre de campo auténtico como el que nos vamos a topar de un momento a otro. Que el demonio me libre de mofarme, no hay nada peyorativo en el relato. Se trata de un hombre de unos setenta y tantos que camina a pleno sol y a pleno viento sin más protección que su boina, la piel curtida, los pantalones bajo las axilas asidos por tirantes, el bastón ornamental en una de las manos sin que roce jamás el suelo. Un hombre de pueblo de manual. CBR le pregunta por el hospital con sus exquisitas y refinadas maneras de chico de ciudad, educado y amable como pocos. El hombre calla y tantea un horizonte en el que nosotros seríamos incapaces de avistar ni un trasatlántico de doce pisos, chasquea la lengua y entreabre la boca repetidas veces a punto de hablar. En lugar de eso, exhala un alarido que proviene de las plantas de sus pies y que se oye en la lejana y querida Lisboa, intercalándolo con unos sonidos guturales que en nada se asemejan al castellano. Su bastón señala al frente, donde sólo hay más carretera, así que intuimos que allí hemos de encaminarnos. Le damos las gracias y no responde. Tan sólo nos mira con incredulidad. Nos vamos, pero CBR está en estado de shock, me pregunta con angustiosa ignorancia qué le ocurría a ese hombre. La respuesta es fácil:

- Acabas de conocer al gañán puro.

En la misma senda, unas jóvenes pasean por el arcén y nos indican amablemente dónde se ubica el hospital y cómo ir. Efectivamente, sólo hay que rodear todo Hellín. Ellas también observan nuestras pintas con extrañeza. Quizás necesitemos un médico que mejore nuestro aspecto externo. Llegados al destino, grabo la fachada mientras CBR sigue el proceso habitual. Información por parte del hospital y búsqueda de familiares dispuestos a hablar. La diferencia es que hoy estamos de suerte y la familia no pone impedimento en atender a los medios con el padre como portavoz. A nuestra llegada sólo se adelantó el equipo de TVE, a quien reitero mi afecto y mi agradecimiento por toda la ayuda facilitada en aquel momento, concretada en el número de teléfono del citado caballero, que en cinco minutos nos esperaba en la puerta del hospital. Dos preguntas con dos respuestas más tarde, nos despedíamos cordialmente de él, deseándole una pronta recuperación a su hija, puesto que lo que cuenta es el final.


Edito la pieza en el coche y la envío a Londres, con la alegría suscitada al conocer que volvemos a la ciudad de las facturas y que podemos cancelar el suspenso en nuestras vidas. Ignoro el nuevo ataque de hipocondría que sufre CBR al percatarse de que acaba de estrechar la mano del padre de la enferma, es decir, de alguien que ha tenido contacto directo con el puto N1H1.




Son las seis de la tarde y comemos un bocadillo en la cafetería de una gasolinera. Sabe a gloria. Un tipo tuerto pinta con empeño algo en un papel. Me llama la atención. Pinta y levanta la vista examinando a los clientes. Me pregunto qué pinta, en el sentido literal de la expresión. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que es un vagabundo. Al ir a la barra para pagar, nos aborda y nos pregunta si somos de Vallecas. A estas alturas, nos parece una pregunta de lo más normal. Le decimos que no y nos pide que lo llevemos a la ciudad de las facturas. Después de estos días extraños, llevar a un autoestopista tuerto en un coche con una cámara de TV junto a él, puede dar lugar a situaciones y conversaciones de lo más estrambótico. Y a pesar de haber dedicado casi toda mi vida a lo estrambótico, con todo el dolor de mi alma, lo dejo en tierra y emprende su camino, sin importar lo que en él acontezca; porque tanto en la vida como en la ficción, lo que cuenta es el final.








A todos los que habéis tenido la paciencia de llegar hasta aquí, GRACIAS.

Comentarios

kari ha dicho que…
Te quiero, Indi. Gracias :)
Alberto Tallón ha dicho que…
¡Qué juerga os pegásteis! y es que el tema de la noticia no era para menos... yo hubiese montado al tipo tuerto, garantizaba un final mucho más incierto...

saludos!
VolVoreta ha dicho que…
El final es importante...para los demás; el público se queda "enganchado" a los finales porque, de esa estampa dependerá, y guardará, la impresión de la "película" y a otra cosa mariposa.

La cinta, el camino, el día a día, en realidad, sólo le importa a quién lo padece, o lo disfruta...él es el único protagonista y sabe lo que le ha costado y el precio que ha tenido que pagar.

Las gracias a tí por este final tan esperado como "gestado"...con más miga de lo que parece, pero dejémoslo ahí.

Te dejo un beso.
Unknown ha dicho que…
Yo he vivido muchas asi, y os juro que es cierto todo lo que cuenta.
Un saludo Junior.
Javier ha dicho que…
Cómo me alegra haber descubierto este blog en verano, con tiempo para disfrutarlo.

Enhorabuena por un relato tan bueno.
hijoeputa ha dicho que…
Esto hubiera ganado mucho con un poco de extásis, peyote, marihuana y una pizca de cocaína. Hubieráis fundado la versión europea del Periodismo Gonzo de http://es.wikipedia.org/wiki/Hunter_S._Thompson
hijoeputa ha dicho que…
“San Francisco a mediados de los ’60: un tiempo y un lugar muy especiales para ser parte de ellos. Tal vez eso significara algo. Tal vez no, a la larga... pero ninguna explicación, ninguna combinación de palabras o de música o de recuerdos puede rozar la sensación de saber que estabas allí, vivo, en ese rincón del tiempo y el mundo. Sea lo que fuera que significase...

“Es difícil hablar de La Historia, por todas las mentiras de mierda, pero incluso sin estar seguros de La Historia, parece enteramente razonable pensar que, cada tanto, la energía de toda una generación se condensa en un largo y magnífico instante, por razones que nadie realmente entiende en su momento – y que nunca explican, en retrospectiva, qué es lo que realmente pasó.




“Mi recuerdo principal de esa época parece brotar de una o cinco o tal vez cuarenta noches – o madrugadas – cuando salí de Fillmore medio loco y, en lugar de irme a casa, conduje la gran 650 Lightning a través del Bay Bridge a 160 kilómetros por hora, vistiendo pantalones cortos L. L. Bean y una campera de pastor Butte… yendo a fondo por el túnel de La Isla del Tesoro hacia las luces de Oakland y Berkeley y Richmond, sin estar muy seguro de dónde doblar cuando
llegara a un retome (siempre quedándome en el peaje, demasiado dado vuelta como para poner punto muerto mientras buscaba cambio…) pero estando absolutamente seguro de que no importaba qué camino tomara, porque siempre llegaría a un lugar donde la gente estaría tan volada y salvaje como yo estaba: no había duda de eso.
“Había locura en todas las direcciones, a cualquier hora. Si no era a través de la Bahía, entonces era Golden Gate arriba o bajando la 101 hasta Los Altos o La Honda... Podías hacer saltar chispas en cualquier parte. Había una fantástica sensación universal de que fuera lo que fuera que estábamos haciendo estaba bien, que estábamos ganando...
“Y eso, creo, era lo principal - esa sensación de victoria inevitable sobre las fuerzas del Mal y de lo Viejo. No en una forma mezquina o militar; no necesitábamos eso. Nuestra energía simplemente prevalecería. No tenía sentido pelear - de nuestro lado o del de ellos. Teníamos todo el impulso; estábamos montados en la cresta de una ola alta y hermosa...

“Y ahora, menos de cinco años después, podés subir a la cima de una colina empinada en Las Vegas y mirar hacia el Oeste, y si sabés mirar casi podrás ver el punto hasta donde llegó el agua - ese lugar en el que la ola finalmente rompió y comenzó a retroceder”.

Hunter S. Tompson
Kacho ha dicho que…
Antes de que una multinacional contratase a un pavo de mi edad y lo colase en un anuncio, marqué este pàrrafo a seis colores. Kerouac, "En el camino". Frisco y la generación beat. Tu única patria, tus zapatos. (Esto se lo leí a Leguineche).


"Porque la única gente que me interesa es la que esta loca, la gente que esta loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ‘¡Ahhh!’"

Hijoeputa, muchas gracias. Me ha encantado. Un abrazazo.

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